No
era guapo, ni un poco atractivo siquiera.
Sus
ojos eran pequeñitos y tristones, su naríz demasiado grande.
Su
aliento olía mal y su pelo no tenía gracia.
Le
gustaba coquetear tanto como emborracharse.
No
era alto, ni un poco fornido siquiera.
Sus
labios eran gruesos y su mente, cuadrada.
La
palabra se le daba facil, como muchas faldas.
Tenía
la piel tostada y sabía bien.
Discutía
mucho por nada y escuchaba poco.
Mentía
con la misma frecuencia con la que encendía sus cigarros.
Le
gustaba besar despacio y manejar rápido.
Le
molestaba que lo hicieran esperar y él siempre llegaba tarde.
Tenía
tantos nombres como deslices.
Su
espalda no era ancha, tampoco su billetera.
Repetía
tantas historias como besos recibía.
Decía
que le gustaba la buena música y
Le
gustaba presumir de buenos contactos.
Sus
obsesiones eran tantas como mis ilusiones con él.
Se
vestía como adolescente y se comportaba como viejo.
Nunca
supe si logró ser viejo.
Tenía
una canción para cada fotografía y un motivo para cada canción.
Era
mentiroso, amargado y astuto. Incapaz de perder una discusión.
Tenía
las piernas largas y los dedos gruesos.
Tenía
el sol en los ojos y la luna en la espalda.
Tenía
todas las respuestas y le gustaba escribir.
Y a
pesar de todo, era muy ingenuo.
Pensaba
que a mí, también me tenía.
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