Una noche
más en el angosto bar, tratando de dejar atrás el mal sabor del día. Mientras sostenía su cerveza negra observaba
las imperfecciones del vaso y sobre todo como la espuma iba disolviéndose mientras los
segundos pasaban. El único momento del día que valía la pena. Siempre era ese,
esperar que la espuma de la cerveza se disolviera hasta quedar el amargo
líquido negro que le quemaba la garganta y que junto con ese ardor se acordaba
de volver a vivir. Pero esos 90 segundos de silencio en su mente eran los que
le daban sentido a esa vida sin sentido en la que sospechaba que algo faltaba
pero a la vez no podía asegurar que su
vida no estaba completa.
No podía
entender cómo ese espectáculo le daba cierta quietud a su mente. Y que solo en
este angosto bar le era posible disfrutar de esa paz. Había intentado disfrutar
momentos similares en otros bares con otras cervezas, pero sólo esa servida por
ese cantinero que no pronuncia palabra –porque no quiere, no porque no pueda-le
brindaba paz.
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