domingo, 13 de octubre de 2013

Amigos

Lo conocí con una chiquila colgando de su cuello. Después me di cuenta que eran muchas las que aspiraban a columpiarse en él. Yo no. Ni siquiera sé cómo fue que llegué a pensar que eramos amigos, ya no lo recuerdo.

Era bajito, moreno, musculoso, siempre estaba tomando agua y le gustaba usar camisetas de esas que estaban de moda. Yo pensé que era mi amigo, pasa que yo confundo fácilmente la amistad con los deberes académicos. Él no.

Una vez, me saqué 10 en uno de esos exámenes tontos que uno creaba en Facebook para comprobar quién te conoce de verdad. Yo fui la única que supo responder correctamente la hora a la que se iba a dormir.

Otra vez, fuimos juntos a un asilo, no puedo recordar por qué pero obviamente era uno de esos deberes académicos que yo terminé confundiendo con amistad. En esa ocasión, Doña Mirtala, la anciana que visitábamos, pensó que éramos más que amigos.

También pasamos aproximadamente 28 horas metidos en una ferretería armando una especie de estructura ridícula hecha de tubos de PVC que según yo, sería una obra maestra de arquitectura postmoderna y terminó siendo un intento patético de refugio que nos puso al fondo de la lista de los peores grupos en contienda. Mientras escribía esto, me di cuenta que debí haber respondido "no" cuando me preguntó si era así como me imaginaba que quedaría.

Lo vi ser perseguido, lo vi enamorarse, lo vi frustrarse y lo vi sonreir. Lo ví quedarse con la novia de su mejor amigo y sin embargo, nunca lo ví despeinado.

No eramos amigos. Mi mentecita inmadura había confundido un sinfín de días envueltos en deberes académicos con la profundidad de la amistad. Me sigue doliendo. Porque a pesar de su membresía de por vida del gimnasio y sus camisas Zara Man, encontré a un muchachito inteligente, divertido e incluso interesante, camuflajeado entre amargura, hipocrecía y litros de agua.

No éramos amigos. Y cuando me di cuenta, te di UnFollow en Twitter. Ahora ya no sé a qué hora te vas a dormir.

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