viernes, 12 de septiembre de 2014

Charlie García en Sui Generis lo dijo mejor

Para mi león desconocido, quien sea que seas y donde estes:

Canción para mi muerte

Hubo un tiempo que fue hermoso
y fui libre de verdad,
guardaba todos mis sueños
en castillos de cristal.
Poco a poco fui creciendo,
y mis fábulas de amor
se fueron desvaneciendo
como pompas de jabón.

Te encontraré una mañana
dentro de mi habitación
y prepararás la cama
para dos.

Es larga la carretera
cuando uno mira atrás
vas cruzando las fronteras
sin darte cuenta quizás.
Tomate del pasamanos
porque antes de llegar
se aferraron mil ancianos
pero se fueron igual.

Te encontraré una mañana
dentro de mi habitación
y prepararás la cama
para dos.

Quisiera saber tu nombre
tu lugar, tu dirección
si te han puesto teléfono,
también tu numeración.
Te suplico que me avises
si me vienes a buscar,
no es porque te tenga miedo,
sólo me quiero arreglar.

Te encontraré una mañana
dentro de mi habitación
y prepararás la cama
para dos.


domingo, 7 de septiembre de 2014

La pared

A ver,

Lo intento, pero siento que eres una pieza de un rompecabezas que a mí sola no me toca armar y tu no te prestas a jugar. Demasiado busco una química, una conversación casual y fluida, una interacción que no acabe abruptamente.

No busco entenderte, solo establecer puentes contigo. No me interesa lo guapo que eres, me interesa tu mente y la chispa que puedas tener. No sé si no la tienes y es el detalle que te falta, pero por el momento sé que no eres el que busco.

Yo no mendigo por amor y si no quieres jugar a ser el arquitecto y yo la ingeniera y crear puentes entre nosotros no insistiré.

viernes, 29 de agosto de 2014

El león que no fue

2003. Un domingo cualquiera cuando tenía casi quince años me senté frente a la televisión con una curiosidad: ver la entrevista al personaje de moda en mi país. Un guapo joven recién diputado de 28 años, lector, poeta, comediante, ex presentador infantil de televisión, escritor, columnista, redactor de discursos del presidente, filósofo y graduado de ciencias políticas y comunicaciones.

El programa tuvo un formato relajado, era la entrevista dominical en la que se indagaba por la vida personal de los personajes nacionales. Mientras pasaban los minutos me empezaba a gustar cada vez más ese peli castaño/rojizo que narraba cómo desde niño su familia se encargó de educarlo más allá de las enseñanzas de su colegio.

Contó perfectamente cuando la guerrilla mató a su abuelo. Los viajes a Europa con su abuela para instruirlo en el arte e historia del Viejo Continente. Cuando leyó a Marx de adolescente bajo sugerencia de sus papás, para que pudiera conocer con lo que había que luchar. Sus años como presentador de televisión infantil (me sentí identificada, bueno, eso quería, recién yo había terminado mis 4 años como locutora infantil), sus años universitarios, su pasión por la lectura y las letras. 

Cuando ingresó a la juventud del partido poco tiempo después del final de la guerra civil pero que, a decir verdad él era el único joven en su partido. Sus poemas y narraciones. Su pasión por los libros.

La curiosidad original daba paso a una fascinación mientras contaba los años de diferencia entre los dos, maldiciéndolos y lanzándolos al viento al ver cuán interesante era su mente. En una hora quise con todo mí ser conocerlo y platicar con él, sorprenderlo de alguna manera. Que me considerara una interesante mujer a su nivel, poder escucharlo para siempre. 

Me sentí insignificante ante su simpatía e inteligencia. Tenía 14 años, estaba en noveno grado y solo me había gustado un niño en mi vida. Lo deseé con toda la fuerza con la que una adolescente puede desear a un artista. Él no estaba en Hollywood, era de carne y hueso y era mi compatriota.

Con esa entrevista él se consagró –hasta el día de hoy- como primer lugar de muchos mis amores platónicos. 

Con ella me di cuenta lo poderosamente atractiva que es la mente de un hombre inteligente.

2005. El flamante diputado al año abandonó el poder legislativo y llevaba otro año como el ministro más joven del país. Yo seguía con mucho detenimiento sus columnas de opinión. La comezón de la política ya estaba en mí así que seguía la labor gubernamental con detenimiento y su ministerio me resultaba interesante. 

Así como los muchos rumores e historias que se decían de él, mi hermana mayor y mis primas mayores contaban sobre todas las mujeres que pertenecían a su club de novias. 

Resultó no ser perfecto, tenía casi tantas novias como días el año. Incluso había publicado una colección de poemas eróticos, cada uno de ellos dedicado a distintas mujeres. 

Un día caminando por un centro comercial lo vi en vivo. A lo lejos estaba hablando por celular y acariciándose su barba. Me detuve para observarlo y desear tener una excusa para hablarle, pero nada pasó. Viéndolo deseché mis valores y quise ser la receptora de uno de sus muchos poemas eróticos.

 2005-2011. El flamante ministro dejó de serlo. Abandonó su partido político. Se convirtió en el director de una de las principales cámaras empresariales del país. Dejó a un lado sus muchas novias y públicamente en una columna declaró su amor a su –entonces- novia. En el mismo espacio editorial contó cómo fue su paso del ateísmo que sostuvo 14 años al catolicismo. Se casó y tuvo una hija. 

Perdí el sueño imposible y me dediqué a leer sus columnas en las que defendía la libertad.

Octubre 2011. Un día, en mi organización creamos un pequeño curso para aprender un poco de ética, filosofía, historia nacional y economía. Él fue el maestro de la clase de ética. Muerta en nervios entré a su clase. Nos planteó pregunta tras pregunta sobre el comportamiento humano y su sentido para su vida. Escucharlo en vivo, a menos de un metro de mí era fascinante.

A un grupo de veinteañeros nos trataba de tú a tú y a cada pregunta que me sentía suficientemente segura de mi inteligencia se la respondía casi tartamudeando. Disfrute esas dos horas y salí de allí con la certeza de leer el libro que nos recomendó. Supe que su inteligencia era aún mayor a lo que demostraba en la televisión. Vi otra cara más académica de él y me enamoré más. 

Mi deseo de adolescente se sintió satisfecho al por fin conocerlo. El libro que nos recomendó –que habla de la libertad espiritual- pasó a ser uno de mis favoritos.

Julio 2013. Otro curso de la organización. Esta vez tenía un invitado especial, un perseguido político en su país de origen. Mi amor platónico --por ser el jefe de Francisco, uno de mis amigos y camarada en la lucha por la libertad-- supo que nos visitaba el activista político y se auto invitó a la cena con el exiliado. Me enteré el día anterior y las horas se me hicieron largas para poder verlo otra vez.  Me arreglé un poco más de lo usual, tanto por el activista como por mi amor platónico.

Durante la cena me senté en el punto medio entre Francisco y el activista. En mi lógica mi amor platónico iba a estar alrededor de ellos. Llegué temprano a la cena, él llego un poco tarde, pero se sentó donde sospechaba. El grupo era grande y sentado en una mesa larga, la conversación se partió en tres pedazos. Yo estaba en el grupo de mi amor platónico. Me iba a dar el gusto de conversar relajadamente con él.

La plática no decepcionó. Éramos él, Francisco, el activista, mi hermano y yo. Hablamos desde filosofía –ha leído por cultura a todo Nietzsche y le creo- la fe en Dios, por qué el cristianismo es la religión con la que más se identifica el humano, el agnosticismo y la vida católica, los caudillos en Latinoamérica, el activismo política, los libros y la libertad espiritual

Ese giro en la plática dio la oportunidad para que dejara de lado el terror que me embarga frente a los hombres que me gustan y me atreví a preguntarle si él me podía recomendar otro libro como el de la clase de ética. Que me acordaba mucho de esa charla y le agradecía por la recomendación, que ese libro no me decepcionó.

El activista estaba un tanto confundido sobre lo que hablábamos, así que pidió que le explicásemos de qué iba el libro. Volteé a ver a mi amor platónico como quien espera que hable, pero él me cedió la palabra y me pidió que yo explicase el punto central del libro. Lo hice. Lo hice bien. Al final de mi explicación hubo un pequeño silencio.

Mi amor platónico en sorpresa exclamo: "¡Tú tuvieras que hablar en público, hablas con una pasión que me convencerías de cualquier cosa que me dijeras!" 

Me reí un poco mientras no podía creer que yo pudiera sorprender en algo a mi amor platónico. Lo sentí como un triunfo nunca me pensé capaz de obtener y en ese momento me consideré la mujer más atractiva del planeta.

Francisco que me conoce demasiado, lee mi mente más veces de lo que yo quisiera interpreto mi risa de manera exacta y le advirtió a mí amor platónico: "¡No le diga eso a esta mi amiga que se me va a engreir por el halago!"

"¡No lo digo como exageración Francisco, ella habla de lo que cree con pasión y convicción, es exquisito ver eso!", remato mientras proseguía a exponer su idea sobre la libertad espiritual.

La plática prosiguió, se trasformó en antropología del matrimonio y el estado. El activista político le restaba mérito al matrimonio por considerarla una institución no tan importante como se le afama. 

En un súbito momento de inspiración explique que su concepción era errónea, que si analizaba la antropología solo hay dos celebraciones que sin excepción están presentes en todas las culturas humanas: los funerales y su costumbre de acompañar a los seres queridos en sus primeros momentos en la muerte -–por lo tanto la creencia de la vida después de la muerte también es universal--- y el matrimonio, como el paso final a la adultez y el reconocimiento en todas las sociedades a la unión de un hombre y una mujer para formar una nueva familia. 

Solo esas dos celebraciones son las celebradas universalmente y que se fijaba, eran las dos únicas por lo que se considera necesario que los familiares que viven lejos viajen para estar presentes.

Silencio. Mirada de sorpresa.

“Hoy sí Francisco, explícame ¡¿de dónde te la sacaste?!  Mira que se nota que ella es especial“ exclamó mi amor platónico.

¡Volví a reír nervioso, no podía creer que yo pudiera sorprender realmente a mi amor platónico ni que me viera como su igual en un debate!

“Mi amiga llegó por curiosidad a la organización, les pegue el ojo para mi comité y se quedó. Es excelente aporte” explicó Francisco con el tono paciente de quién sabe lo que sucedía en mi interior.

Mi amor platónico nos pregunta a mí hermano y a mí “¿Qué acaso se discutía política en la cena en su casa cuando eran niños?”. Reímos, “algo así, algo así” respondimos.

Mi amor platónico rio para sí mismo y se dirigió a mí, “me alegra que estés metida por acá, mira que es necesario más mujeres en estas discusiones” y luego prosiguió con su plática sobre el matrimonio y su relación al estado.

Tome un trago de mi Coca Cola que me supo a una gloriosa victoria obtenida sin siquiera buscarla. Quién diría que 10 años después aquella casi quinceañera iba a estar un jueves cualquiera cenando con su amor platónico y charlando de todo lo que siempre quiso platicar con él, intercambiando opiniones de filosofía y política.

Maldije de nuevo los años que nos separan y lo tarde que llegué a su vida. Terminamos nuestros tragos y en el camino a la puerta del restaurante se despidió de mí agradeciéndome por la energizante plática de la noche. Que un gusto platicar con tan interesante grupo. Después del casto beso de despedida me dirigió un “seguí así”. 

Sonreí, mi Brad Pitt personal me había piropeado varias veces. En ese momento no le podía pedir nada más a la vida.

Octubre 2013. Otro evento de la organización, él era el invitado ideal. Saluda a los demás –todos hombres- y al dirigirse a mí me dedico una sonrisa con una risa como quien se ríe al recordar un chiste que solo puede entender. 

Me alegró ser quien le provocará una risa retorcida. Lo lo escuchaba hablar con éxtasis. Admiraba a un hombre –que ya empieza a perder su belleza juvenil-- inteligente demostrando en palabras la pasión por sus ideas. Ver a un hombre dar ese tipo de exposición firme y con convicción es casi embriagante para mí. Me dediqué a disfrutarlo.

Al final de la plática me tocaba hacer una pregunta: "¿dime qué piensas, tú que eres escritor, qué es más la creación humana más sublime, la música o la literatura?" Risa de nuevo, “vos y tus excelentes preguntas filosóficas, a ver….” 

Coincidió conmigo que es la música, porque tiene la capacidad de conmover a todas las personas, en cambio las letras no son tan universales.  

“La música en sus altos y bajos expresa el sentimiento humano, más que las letras. Además que para que estas tengan sentido tienen que estar ordenadas de tal manera que formen buenas ideas y tienen que ser excelentes para que puedan tocar un alma, en cambio la música, aunque sea una tonada sin letra es capaz de transmitir dolor o alegría”.

Nos despedimos con una sonrisa y adiós a la distancia. Al ver su sonrisa yo recodaba su mejor frase hacía mí: “Hoy sí Francisco, explícame ¡¿de dónde te la sacaste?!  Mira que se nota que ella es especial“. Volví a saborear la victoria, la sigo sintiendo mientras escribo esto.

Enero 2014. Mi amor platónico –otra vez- acompañó a la organización en un foro que organizamos. Casi no hablamos, pero intercambiamos correos –que he desaprovechado el tiempo y casi no le he escrito- y me recomendó un libro para ilustrarme más sobre el que yo misma quisiera escribir. 

Otra sonrisa, otra risa torcida.

Agosto 2014. Sigo buscando a mi león desconocido, si yo fuese un poco mayor –o él menor-- él fuese buen candidato para llenar el puesto. No lo fue. Lástima. Sé que por allí anda el barbudo inteligente que será con el que pueda disfrutar no solo sonrisas retorcidas y buenas pláticas, sino que también sea con el que -por fin- darle rienda a mi caudal de pasión que siento cuando alguien me gusta.

sábado, 9 de agosto de 2014

Se busca mentor

No me mal interpreten por la entrada y hasta yo misma reconozco que tal vez en cinco años la lea de regreso y piense que esta llena de bobadas, pero aquí va.

Extraño a mis papás, ambos están vivos, no es eso, pero extraño a mis papás, esos a los que de niña acudía para saber qué libros leer, esos que a los 10 años me pusieron en mis manos mi primer libro de García Márquez con la excusa que nunca se es temprano para empezar a saber de política y tener criterio. (Era Noticia de un Secuestro). Extraño a mis papás que las cenas se comentaba la columna del día y política. Extraño el hecho de acudir a ellos para poder instruirme más.

Por momentos me da la impresión que sin darme cuenta llegué a un punto donde me gusta más la política que a ellos y eso les dió miedo, que entrara a un mundo en el que (frase literal) "queriamos que tuvieras un criterio, pero no que te metieras en él". Calma queridos padres, que no soy fanática de los partidos políticos, soy más del tipo de tanques de pensamiento Y limitar el poder de los partidos y el gobierno. "Es lo mismo hija, distinto fin, pero política al fin y al cabo". Sí, lo es, y qué. "No era lo deseado". Entonces, en cierta manera, se volvió un tabu y desde allí son "las cosas que andas haciendo".

Después de eso me callé, no literalmente, pero deje de ser comunicativa, porque me cuesta intimar con quien no responde con genuino interes a lo que hago. Puede que no lo comparta, pero se alegra de verme alegre. Pero las cosas no dichas, los prejuicios y los "no era eso lo que pensaba que iba a pasar" entre mis papás y yo pesan demasiado como para que me abra y cuente del todo lo que me apasiona. "Sos una ráfaga que pasa en la casa, pero nunca sabemos en qué andas pensando". Otra frase de mis papás. Ante todo, quisiera poder compartirlo, lo he intentado, pero cuando cuento del tema del ensayo la respuesta es un "eehhh sí, si tu decis, pero no sé que más responderte".

Quisiera que mis papás siguieran siendo mi guía en el mundo profesional -e intento de escritora- que quiero ser, quisiera, extraño esa seguridad. Ya no está allí. La recomendación de libros la hago yo, la explicación política en la mesa la damos mi hermano y yo.

Quisiera decirles qué me sigan enseñando el camino de letras e investigación político/económica que deseo, pero ellos no lo han recorrido, quiero encontrar un mentor a quién irle a contar mis dilemas literarios, quién leer, qué técnica literaria es más adecuada, quién ha escrito de los temas que deseo escribir. Quisiera que esos mentores fueran mis papás.

pd: sí tengo amigos que tenemos las mismas inquietudes, a ellos gracias -anónimas- por estar allí y compartir nuestros dilemas literarios.

jueves, 7 de agosto de 2014

No sé que decirte

Ya sé todo de tu vida y sin embargo no conozco ni un detalle de ti

Te mereces una entrada, la mereces, pero no sé qué decirte. Sos real, pero intangible. Como diría la canción, ya se todo de tu vida, pero conozco ni un detalle de ti. Me gusta la idea que tengo de ti, pero (aún) no me gustas tú.

lunes, 28 de julio de 2014

Truculencia perdida, el regreso

And did you exchange A walk on part in the war For a lead role in a cage?

No, para nada quisieras que estuvieras aquí, pero me interrumpió una estrofa de la canción mientras estudiaba y me acordé de ti. Es más, siento que es un insulto a Pink Floyd que siquiera tres líneas te las dedique, ese grupo debe de ser dedicado a grandes hazañas y hombres con carácter. 

Después de escribir "Truculencia Perdida" pensé que ya nunca más te hablaría, menos nos volveriamos a ver, pero allí estabamos, como una prueba más que a la vida le gusta reirse de las caras de sorpresa de los humanos al ver como ella gira sin (aparente) sentido.

El caso es que en mi búsqueda de la libertad decidí vender mi negocio. Entre más rápido mejor. Me acordé de ti y tu negocio. Te escribi un mensaje por Facebook. Contestaste inmediatamente. Para evitar confusiones inmediatamente expliqué mis razones. Te dio curiosidad y me pediste una explicación más detallada de mis porque. Mientras te la escribía me interrumpiste para decirme: "No, pará, quiero escucharte en vivo. Extraño verte hablar con emoción, me gusta eso de ti". Suspire, así que vuelves a decirme las cosas que te gustan de mí por internet, a ver si esta vez también lo haces en vivo.

Llegamos puntuales al almuerzo de negocios. Mientras te veía intentaba buscar sentimientos del pasado. No encontré, supongo que murieron y su fuerza se hizo polvo. Mientras te observaba miraba cómo el tiempo no te ha hecho favores, estabas más calvo y mucho más gordo. Bien sabes que nunca me he guiado por las aparicencias físicas, pero tu lenguaje corporal denotaba un paso más inclemente del tiempo, tu espíritu sigue decaido.

Mientras contabas tus dificultades en tu negocio empece a ver que estos años separados no te han traído prosperidad económica, pero veías la transferencia del negocio como una gran oportunidad. Perfecto, ambos ganabamos.

Hablamos mucho ese día, noté que ya me es más fácil entenderte, leerte entre líneas, no provocaste ningún sentimiento. Vi de manera más evidente tus características que hace 4 años me llevaron a alejarme de ti. La experiencia me hizo felicitar a mi yo de 22 años.

Ese mismo día me escribiste en la noche un mensaje contándome cómo te iba en el trabajo. Lo ignoré por dos horas. Te escribí algo diplomático como para no dejar de contestar, pero con la intención de no alargar la conversación.

Nos volvimos a comunicar un par de días después, te propuse vernos en un café de un centro comercial. Otra vez volvió a salir el pasado, criticaste sin que viniera al caso, el lugar que había escogido, acusándome de "haber cambiado estos años", porque "antes no hubieras escogido ese lugar", te respondi con risas y preguntándote "qué, no te sentirás cómodo allí, acaso te parece muy fresa". Me respondiste que sí, que no te gustaba el lugar "por muy piqui y ya iba yo de fina". Volviste a mencionar mi "cambio". Con seriedad te dije "no he cambiado, tú nunca fuiste tan observador, nunca me pudiste leer bien, pero, crees que podes ir allí sin problemas"

Viendo la pantalla del teléfono vi exactamente qué era lo que hizo que por años yo intentara ser otra persona, tu pasividad agresividad ante detalles sin importancia de mi personalidad pero que en ellos tu veías amenazada alguna de tus inseguridades. Gustos sencillos como el anterior, ir a tomar un café colombiano, podían provocar comentarios pasivo-agresivo de tu parte y eran los que yo busqué evitar por años con el fin de agradarte. Hasta que tocaste uno que forma parte de mi columna vertebral y de allí en adelante se me cayó la venda de los ojos.

En esa reunión no llegaste solo, llegaste con tu mamá. La cual en el lapso de hora y media te tiró indirectas sobre la necesidad de que te independices, te comparó conmigo y a mí me felicito por buscar seguir mi propio camino. Me dio pena ajena.

Para no aburrirte con la historia que ya sabes, al volverte a ver respiré aliviada. Me alegre por el momento de bendición en el que decidí que no eras el indicado para mi.

Mucho ha llovido desde el 2010. He podido madurar y conocer muchos hombres interesantes. Pero quizá  los hombres que más han moldeado mis gustos son esos con que demuestran pasión por vivir y por sus ideas. No hay nada más sexy (intelectualmente hablando) que ver hablar a un hombre que mezcla su masculina cabeza fría con la pasión que una convicción puede dar. Creo que hasta me he enamorado un poco de cada uno de los que convivo en el día a día, esos con los que una vez a la semana me reuno. Me gusta verlos, cada uno de ellos con su personalidad mezclan análisis frío y sin sentimentalismos con la actitud de quien sabe que la vida es para disfrutarla mientras agarran el toro por los cuernos.

En fin, años después comprendo bien la lección: contigo aprendí a reconocer quien intenta aplacar las alas de una mujer mediante pequeños comentarios poco a poco. Lo hicisite por un rato. Sali más fuerte de la experiencia. 


martes, 22 de julio de 2014

Torbellino, mi viejo amigo, tiempos de no verte

Casi dos meses después, en los cuales hubo un Mundial de por medio, me levanto a las 4:40am de lunes a viernes, conseguí trabajo nuevo por el que me pagan por escribir, fui a reportar un evento como si de verdad fuera periodista, también sigo con el trabajo de siempre, volví a ver a mi ex, estoy intentando vender un negocio que inicié a los 19, terminé de dos materias más de la maestría, planeamos y se llevó a cabo un curso en el tanque de pensamiento. Un avión fue derribado y todo parece indicar que la Segunda Guerría Fría empezará.

A pesar de todo eso,  te vi ayer y con tu 1.92 y tu sonrisa entraste como ventarron de lluvia, un terremoto destruyó mi paz y no tengo más deseo que celebrar lo fortuito de tu existencia y la suerte de conocerte. Quisiera poder decirte de mil maneras lo atractivo que eres y cómo tu fresca personalidad me atrapa y hace que crea en el bien en esta tierra.

Quisiera tirar al aire las excusas que mi mente inventa y por una vez tener el valor de expresar sin temor a las consecuencias, el torbellino de sentimientos que oculto detras de mis ojos inquietos. 
Como dice Shakira: 

Por que este amor ya no entiende de consejos, ni razones se alimenta de pretextos y le faltan pantalones  este amor no me permite estar en pie por que ya hasta me ha quebrado los talones aunque me levante volveré a caer si te acercas nada es útil para esta inútil Bruta, ciega, sordomuda 

Y el descubrimiento de ayer en la noche:

Que me gaste yo la vida, devorando cada pensamiento tuyo cada paso,que se borren tus lunares y aparezcan en reemplazo Dibujados en tu cuerpo cada beso, cada abrazo. 
Y ahora estás aquí yo de nuevo soy feliz pude entender que eras para mí.  Déjame quererte tanto que te seques con mi llanto que se nuble cada cielo y que llueva hasta hacer charcos. 
Déjame besarte tanto hasta que quedes sin aliento y abrazarte con tal fuerza que parta hasta los Huesos.  Y ahora que estás aquí yo de nuevo soy feliz pude entender que eras para mí. 
Quiero excederme, perseguirte, pretenderte, quiero amarte noche y día, quiero gastarme la vida Quiero amarrarte a mis sesenta de cintura llevarte como a tatuaje quiero perder la cordura. 
Mejor saco esto de mi mente y escribo la nota de 1000 palabras y el post de 700 por los que sí me pagan por escribir y no quiero ni imaginar qué me dirían mis editores si no los entrego para mañana. Bello sonriente, me has robado la paz, vete de mi mente que necesito trabajar y escribir un ensayo para la maestría.

Chao guapo, te seguiré viendo en mi mente




viernes, 18 de julio de 2014

Sol rojizo

Quién te mese con sus alas
Si mareada te resignas
A posarte entre sus brazos
Hechizada como ninfa,

Y seduce el sol rojizo
Con los dientes que se asoman
Arrojándote sonrisas que
En poemas ya transformas.

Anda lento, bella ninfa
Porque el sol es viejo y juega
Con tus rizos en el viento
Que no sopla ni enamora.

No se ha ido el sol rojizo
Y la ninfa ya lo añora,
Que tus ojos no se mojen
Cuando sepas que te ignora.

Que hagan fila los planetas
Un domingo en primavera
Porque el sol de noche atrae
A las ninfas de la tierra.

lunes, 7 de julio de 2014

Ella será

Todos pensarán que es guapa, que seguro la conquistaste con tu don de la palabra.
Paseará de tu brazo en esas fiestas rimbombantes y aquella rubia melena balanceándose en su espalda inspirará elaboradas maldiciones disfrazadas de sonrisas. Su lengua extraña te hará lucir interesante y su perfume será un hechizo noctámbulo.

La conocerás en algún viaje, entre alguna fantasía: serán magia. La traerás a casa y será un trofeo ganado en tierras lejanas. Ella te amará y el secreto entre sus piernas será tuyo hasta que no queden sollozos escondidos. Entonces ella se irá y tú lo permitirás, porque sabrás que volverá, siempre volverá.

Será una ráfaga, un ronroneo, pura agitación. Será un sube y baja, un vaivén, una condición. Vivirás en su dualidad, entre septiembres y febreros que te investirán como deidad en un mundito inestable y bullicioso.

Mientras ella recorra distancias de ti, volverás a ser tú: aburrido, de más inquieto ¿por qué todo será tan absurdo? Entonces ella volverá a revolver tu mundo para hacerte sentir vivo una y otra vez. Una y otra vez.

Yo estaré ahí, disfrazando maldiciones de sonrisas y sonrisas de noches. La turbulencia es tu droga cuando a mí me embriaga lo imposible.

¿Escuchaste? Ha regresado.

lunes, 2 de junio de 2014

Delirio

Nunca hemos seguido el recorrido del sol.
Ni de lunas, ni estrellas, ni de sueños.
¿Me enseñarías a desaparecer?
A ser espuma, un sonido nada más.

Cuéntame cómo se siente ser viento, tormenta y huracán.
Destruir, revolcar, ser furia y tempestad.
¿Cuándo regresarás?
La calma también puede matar.

Tengo unas alas que llevan tu nombre.
Mariposas en el cuerpo, flores en el pelo.
Genio, mago, brujo, hechicero
De un ritual que embriaga y no temo.

Toma el amanecer. Bébelo de mi piel.
¿Un cigarro, un café?
Déjame un cuento y lárgate
Ya no te quiero ver.

Silencio para inventarte sola,
La niebla que empaña la memoria
Como bestias que trepidan, añoran
Aplastando mariposas, miradas y flores.

Transito un laberinto doloso
En este universo que flota en el tiempo:
Indeleble, ineludible, inexistente
En donde a veces te encuentro.


Vivo acechada por un monstruo vicioso
que alimento con historias fantasiosas.
Telarañas, raíces, entramadas venas
Infinitos túneles para divagar ansiosa.

Nunca sabré lo que sentías
¿O te gustaría regresar?
¡Acompañemos al sol por un día!
…Ya sé que no lo harás.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Los celos

Mientras escucho un poco de Lou Reed y Metallica pongo mis límites a esta locura: descubriendo mi paz mental, conociendo dónde es el punto en el que doy mi brazo a torcer en mi mente y decir ¡basta!
Muy bonito, entretenido, risible y hasta musical esto de los amores platónicos. Da para buenas historias de ficción, inspira personajes y material para varias historias de sobre mesa. Dejando el chiste de lado, uno conoce sus límites, saliendo de la zona de confort se aprende en base al ensayo y error la necesidad de una sonrisa por acá, una por allá buscando conocer los detalles detrás de la máscara del sujeto en cuestión.

Todo lo nuevo y positivo bienvenido, pero las alertas suenan cuando lo desconocido pero negativo sale a la luz, en mi caso particular los celos. En la entrada anterior conté sobre una chava que le pareció guapa a mi sujeto en cuestión. Hoy volvíamos a estar los tres en el mismo sitio y tuve mi primer ataque de celos. Quería ser yo la que le provocara la admiración y lo más importante, ¡saberlo! Esa emoción visceral que gritaba con fuerza en mi interior salió a bailar por primera vez en mí.

Las alarmas sonaron, como en la película cuando los buenos se han robado el uranio que evitará la construcción de una bomba nuclear.  Dentro de mi mente una escena de Juegos de Guerra empezó: la razón contra el nuevo y ruidoso sentimiento.

Un par de horas después la guerra terminó y aprendí que el límite empieza donde dejo de estar en paz, en donde mi mente abandona las ilusiones por deseos concretos que no dependen de mí.  Donde dejo de imaginar lo que quisiera cambiándolos por escenarios negativos y peor, convertirme en esclava de algo que nunca podré controlar. La loca de la casa es la que hay que tener bajo cuidado y sea como sea, la loca de la casa no ganará ni esta, ni otra lucha que implique ser esclava de mis miedos.


Si, probablemente no termine con él. Lo más seguro, pero ese miedo a que no pase lo que quiero no será el dueño de mi paz. Los celos son la antesala al infierno. Mis miedos son mi infierno en la tierra. No, yo no seré esclava de ellos. La línea la dibujo acá, donde la ilusión bromas y risas se transforma en miedos. Esa línea la cruce por varias horas, ya no, ya regrese a mi libertad.

domingo, 18 de mayo de 2014

Vete de mi mente

Vete de mi mente por favor, ya no te quiero más allí. No sabes los destrozos que me provocas, te detesto. Haz hecho que pierda mi control. Yo solo tengo dos formatos: tranquilidad o desenfreno. Los puntos medios me molestan, no estoy hecha para ellos. Son sosos, sin sentido y mediocres. No puedo estar cerca de ti y no desear tocarte. Aquí me tienes en un punto medio por ti, así que por favor, vete de mi mente.

Te veo y no sé cómo actuar. Esto me roba la paz. Detrás de la sonrisa y los ojitos maquillados se esconde un torbellino de sentimientos que quiere salir y cambiarte tu vida 180 grados. Claro que estuviera dispuesta a hacerlo.

Me pones nerviosa. Me pones sonriente. Eres el primer hombre por el cual deliberadamente busco una y otra vez cuál es la ropa que mejor me favorece. Quisiera saber cómo te agrado más, quisiera complacerte. Quisiera poder decirte una y mil veces lo mucho que me gustas, que eres imposiblemente guapo y el dueño de una sonrisa que me cautiva, con unos ojos sinceros y agradables. Hablas con una pasión que me deja sin aliento. Quiero coquetearte de una manera descarada.

Una noche de estas fue la mejor y peor de mi vida. Estuvimos en una de esas reunioncitas que nos unen. Pizza, cervezas y plática. Intentaba acercarme a ti lo más posible hasta que por fin lo conseguí. Cabelloroso como siempre me acercaste una silla y luego te sentaste junto a mí. Todo iba según mi plan hasta que me comentas en voz alta que la señorita que pasaba al lado estaba guapa. El baldazo de agua fría aún no termina de caer sobre mí. De un comentario a otro terminé diciéndote que yo te veía menor a tu edad. Con una amplia sonrisa me lo agradeciste mientras tu mano tocaba por primera vez mi rodilla. Me sentí electrocutada. Me gustó como se sentían tus manos sobre mí aunque fuera por un segundo. Fue la primera vez que me tocabas espontáneamente y grabe ese recuerdo para toda mi vida. Seguimos bromeando de una y otra cosa. Varias veces aprovechaste para tocarme la rodilla, pasar tus manos por mi espalda intentando calmarme después mientras yo enrollaba mis ojos cuando alguien usaba en vano la palabra libertad. Dos veces mientras me sonreías en broma me empujabas a un lado. Intercambiamos un par de sonrisas cómplices mientras platicábamos. Te metiste en mi espacio personal como quien lo ha hecho toda la vida y se sintió natural. Me hicieron ver que has sido el primero de ese grupo de hombres con los que me reúno a complotar por la libertad que lo hace. Nota que con varios de ellos nos tenemos mucha confianza. Tambien eres el primero que quiero que siempre lo haga.

Quisiera saber de dónde tuviste la confianza de tocarme. No me quejo. Hazlo las veces que quieras en la magnitud que quieras, yo totalmente dispuesta.  Por favor si no lo harás, si no piensas en mí mientras yo me desvelo escribiéndote. Si solo serás un amor platónico más, por favor te pido que salgas de mi mente.

Vete de mi mente. Yo no soy buena para embotellar mis sentimientos, los quiero dejar salir, los quiero expresar, ¡te los quiero expresar! No sé si te has dado cuenta lo atractivo que eres, pero quisiera decírtelo una y otra vez todos los días. Lo haría sinceramente y de la manera que más te guste. Te aseguro que tengo mil historias que contarte, mil historias que escribirte, mil historias que escucharte y mil historias que vivir juntos. 

Te aseguro que nunca has estado con una mujer como yo: sincera, sin medias tintas y con mucha pasión. Dale, hazlo, agarra mi mano, no te arrepentirás. Pero si decides no hacerlo, por favor sal de mi mente para que otro pueda entrar y con él poder destapar el torbellino embotellado que soy.

Como te comenté antes, con los años he aprendido que gustarle a alguien no me hace peor ni mejor persona, como tampoco no gustarle no me hace peor o mejor persona.  Si no soy correspondida –como sospecho que será- eso no me dolera. Cuando te vayas de mi mente serás un sonriente y feliz recuerdo. 

Pd: Te has ganado dos versos de la sabiduría de la Alanis y Head Over Feet:


You've already won me over in spite of me
And don't be surprised if I love you for all that you are

jueves, 3 de abril de 2014

Mariposas

Yo estaba acostumbrada a ser mal tercio. No tenía novio, no había tenido novio desde hacía ya demasiado tiempo. Cuando me invitaban a algo, cualquier cosa, yo cumplía el papel de soltera. Llegaba, socializaba y bailaba sola, para no interrumpir la química de los no solteros.

Estaba yo cumpliendo mi papel de soltera que baila sola en una fiesta de año nuevo cuando apareció este personaje preguntando “¿bailamos?”. Yo ví a mi alrededor mientras sonaba alguna canción entretenida y me aseguré si era a mí a quien estaba dirigiéndose.

Aunque yo no era la única soltera bailando sola, él seguía parado frente a mí, sin mucha expresión en el rostro y una apariencia extrañamente impecable para lo avanzada que estaba la noche y la cantidad de alcohol disponible. Ante mi falta de respuesta y el volumen de la música, volvió a preguntar “¿bailamos?”. Definitivamente se estaba dirigiendo a mí. Yo tenía un vaso de Vodkatonic a punto de terminarse en una mano, cuando ví las suyas me dí cuenta que no sostenía ninguna bebida. Estaba sobrio. Yo seguía sin responder.

Mi amiga no soltera, al ver la escena del hombre impecable sin mucha expresión parado frente a mí, combinado con mi aparente desconcierto, me gritó al oído: “¿Quieres bailar con él o le digo que se vaya?”. Yo le grité “No hay problema” como respuesta. Al menos no bailaría sola.

“Bueno” le dije sin mucha emoción al hombre que se había parado pacientemente frente a mí desde hace algunos minutos. Entre canciones y otro Vodcatonic, confirmé que estaba sobrio, que no podía tomar porque en cuatro horas más entraría a hacer turno en la marina, lo que al mismo tiempo explicaba por qué lucía tan impecable a las 4 am. Era viñamarino y trabajaba en Valparaíso. Cuando me preguntó cómo me llamaba, contesté “Margarita”. No me llamo Margarita. A mí no me gusta confundir los encuentros de bar con la luz del día.

Ese día fue inevitable. Bailamos y bailando me di cuenta que los marinos no se despeinan, tienen seis cuadritos en el abdomen y los brazos fuertes. El sol salió a eso de las cinco y treinta de la mañana y yo me quedé con él y su six pack hasta las siete, violando mis propias reglas. Antes de despedirnos, me pidió un número y yo le dí mi verdadero nombre. Asumí que jamás lo volvería a ver.

Un mes después, cenamos en Santiago, paseamos por Isidora Goyenechea y casi nos revolcamos en mi apartamento. Él habló de barcos y de historia chilena; yo, de casi nada. Lo escuchaba, buscando esa sensación en la panza que lo hace a uno confirmar que alguien le gusta. Me di cuenta que era flaco, que tenía los ojos inmensos y el cuello largo. Se distraía fácilmente cuando no era él quien hablaba y le gustaba ver películas animadas.

Encontré dulce su gesto de manejar hasta Santiago para verme ese sábado. Y al mismo tiempo, concluí que no quería nada con él. Todavía me escribe de vez en cuando. Yo aún bailo sola, sigo esperando las mariposas.

martes, 25 de febrero de 2014

Sonríes hasta con los ojos

Felicidades, me tienes como dunda, lo lograste a punta de bellas sonrisas combinadas con una chispa en los ojos.

Me acuerdo la primera vez que te vi. Tenías un semblante serio, eso no te restó puntos. Me impresionaste con tu 1.90, bellas facciones y barba. Causaste sensación en mí al punto que para mantener la seriedad  que ameritaba las circunstancias tuve que explotar con la del sur por Whatsapp gritándole: ¡Apurate, vení, AQUÍ HAY UN ADONIS!

Una de las cosas que más nos distingue con la del sur es el gusto físico por los hombres (excepto los actores de Hollywood, allí sí coincidimos) y al principio no te reconoció como el adonis que eres. Casi tuve que señalarte con el dedo. Al verte solo me dijo “muy alto y delgado para mis gustos, pero sí, se nota que es de tus gustos exactos”. A un año y medio  de esa afirmación aún sigo en sorpresa.

Pasó el tiempo y siempre eras el más guapo de todas estas actividades nerdas en las que coincidimos. En ese momento todavía no estaba loca por ti. Mi locura –esto de perder la cordura sin previo aviso lo clasifico como locura- comenzó a los meses de empezarte a ver con más regularidad.  Mi intuición falló. Pensaba que eras extremadamente serio, pero erre en ello. No recuerdo cuál fue la fecha exacta, sospecho que fue alrededor de diciembre cuando empecé a fijarme en ti. La  pasión  con la que transmites tus ideas y lo poco apático que eres con lo que te piensas me empezó a cautivar. Eres un tanto necio. Y mientras contabas con determinación tus ideas, sonreías hasta con los ojos y te pasabas la mano –por cierto, ¡qué bellas manos tienes!- por la barba empezó esta enfermedad.

La enfermedad cedió un poco en el receso navideño. Regresó recargada en el nuevo año al acercarse la fecha en el que tu evento estrella se iba a llevar a cabo. Hablabas mucho de eso en las reuniones, siempre con pasión, sonriendo aun cuando se te notaba la ansiedad de querer que todo saliera bien. Las horas antes del evento no entiendo cómo soportaste tus nervios y yo mis risas nerviosas al verte. Al día siguiente me felicitaste/agradeciste por mi apoyo. La risa de felicidad al leer tu mensaje me hizo el día.

Pasó el tiempo y empecé a buscar las excusas más tontas para hablar contigo. Me provocas sonrisas espontáneas al acordarme de ti. Tengo chinas a mis amigas a las que les he confesado este irremediable enamoramiento. Mientras escribo esto tengo una sonrisa en la boca.

Ayer mí tarde no fue tan buena, mi camino para irme a estudiar afuera siento que se pone más empinado y laboralmente tampoco fue buena. Francamente estaba muy estresada, cansada y la reunión nerda que me encanta no me alegraba la tarde-noche. Moría de ganas por irme a mí casa, ver una serie y dormir. Pero la responsabilidad y saber que tú estarías allí hicieron que llegara.

Al entrar te vi tan cansado como yo. No parecía ser una reunión en la que me fueras a gustar un poco más, no tenías tanta cara de sonreír. Me sentí aliviada, mi enfermedad no aumentaría más. Error. Los 9 nerdos que estábamos empezamos a hablar de política y haciendo gala del humor negro nos relajamos un poco.

Empezó la reunión, me dedicaste una sonrisa mientras yo exponía mí parte al notar que ha cambiado el formato desde que yo la expongo. No entiendo cómo no empecé a tartamudear. Al rato fuiste víctima de tu propio despiste y todos te molestamos un poco. Tomando al vuelo el comentario de un nerdo de por allí te hable por el Whatsapp, mientras hablábamos del chisme del momento te saqué una sonrisa y una risa. Fueron los mejores momentos de mi día. Me alegré al hacerte sonreir. Creo que no tienes ni idea lo que me provocas cuando te ríes o sonríes por algún comentario que te hago.

La madurez me ha hecho aprender que gustarle a alguien no me hace peor ni mejor persona, como tampoco no gustarle no me hace peor o mejor persona.   Así que si no soy correspondida –como sospecho que será- eso no me traumará. Cuando la enfermedad sea superada por mi sistema inmunológico serás un sonriente y feliz recuerdo. Pero si fuera correspondida te digo, podría pasar la vida escuchandote hablar con pasión y me dedicara de lleno a provocarte risas para que siempre sigas sonriendo hasta con los ojos.

domingo, 9 de febrero de 2014

Los Plutón

Según yo iba a escribir de mi nuevo enamoramiento pero terminé haciéndolo de otro tema.

Resulta difícil decirle un par de verdades evidentes para todos, excepto para los involucrados en la situación. Había una vez una pareja que se llevaba bien, pero tenían este complejo, llamémosle “complejo de Plutón” porque mientras todos los demás planetas interactuaban entre sí, ellos dos andaban en su propia órbita y parecían no tener ninguna intención de acercarse un poco al centro de la galaxia.

Ellos dos en su satélite, parecían estar en una galaxia muy muy lejana….

El problema se nota cuando otros planetas deciden visitarlos o por algún motivo es necesario que los Plutón les agarre como el cometa Halley, o sea, hacer acto de presencia en la Federación de Planetas.

Cuando entra en sesión la federación parece que ella se le cuelga de él, ella no lo abraza, ¡ella se le cuelga del cuello como queriendo marcar territorio y no dejarlo ir! y cuando alguien interactúa con él, lanza estas miradas como molestas, es como que alguien se ha metido en su espacio vital y es necesario sacarlo de allí. Ni hablar cuando toca estar en sesión con miembros no conocidos de la federación, lo más seguro que los Plutón desaparezcan hasta la esquina más lejana o sino pueden ella no pronuncia palabra con las personas con las que –ni modo- hay que estar. Hasta maleducado resulta. Hasta el propio planeta que los presento siente que su presencia allí es incómoda y que la parte femenina de los Plutón reclama derechos de propiedad cuando alguien osa hablarle a él.

La parte masculina de los Plutón, aunque no extremadamente sociable, sabe que es necesario mantener buenas relaciones con el resto de la federación de planetas y que no es bueno vivir tan aislado, bueno, sabe eso en teoría y de verdad lo intenta hacer. Y de manera curiosa, cuando ha socializado sin ella y fuera de su órbita él regresa de un excelente humor. El problema es la parte femenina de Plutón que no lo deja establecer relaciones diplomáticas con los planetas y mucho menos ella intentará.

Creo que muchos hombres envidiarían al él de los Plutón, porque él nunca ha tenido que enfrentar o siquiera ser presentado antes las amigas de ella, es que ella no tiene un grupo de amigas que presentarle. Las salidas de ellos son aisladas, ella quiere estar solo con él y nunca me he enterado que tengan que ir al cumpleaños de no sé que amiga de ella, o que salgan en grupo con otras personas. Me preocupa si se casan si ella tiene las amigas suficientes para tener las madrinas. Ni hablar de cómo socializaran los hijos de los Plutón, ella es hija única y por el lado de él, su hermana mayor por problemas sólo podrá tener una hija y la hermana menor de el esta verde que tenga hijos. Parece ser que los Plutoncitos no conocerían ni tuvieran la figura de "los amigos de mis papás" ni mucho menos poder contar historias de estar enamorados desde los 4 años de los hijos de mis padrinos.

No digo que uno tiene que pasar su vida en una fiesta ni mucho menos, pero uno -por más colectivista que esto suene- vive en sociedad, no trabaja solo, necesita de los demás para sobrevivir –se le llama mercado- crece como persona y profesionalmente gracias a las relaciones interpersonales, la vida es marcada por las experiencias y por las personas con las que compartiste esas vivencias, el mundo se le hace más grande conociendo más personas, nunca se ha escuchado “sí, no hablaba con nadie y así pude conocer muchas formas de vivir”. Ni yo que soy una amante de los libros desde antes de poder leer y creo firmemente en que los libros son excelentes maestros subestimo el poder de buenas conversaciones para cambiar realidades y tener más perspectivas. Nadie dice “sí, quedándome sin salir y sin hablar con nadie conocí el mundo”. Y los amigos son la sal de esta vida, a quien le mentimos.

El problema es cómo hacerle ver esto a una persona que amas -que es la parte masculina de los Plutón- que sabes que tienes pocos cartuchos que poder disparar antes que las puertas de ese tema se cierren y que los tiros te empiezan a salir por la culata. Que vea que a lo largo de los años este problema solo será mayor, bueno, que primero lo vea como problema y si decide que no es un problema que siga adelante, pero que lo vea de manera objetiva.


Cada quien es libre de escoger a su pareja según con lo que uno se sienta a gusto, pero por desgracia desde afuera se ve mejor los errores de rotación planetarios.

jueves, 16 de enero de 2014

Ilusión



Era nochebuena y una chica, mi amiga, me invitó a pasarla junto a su familia en su casa, una mansión postmoderna ubicada a las afueras de Santiago de Chile, en Chicureo, un vecindario de nuevos ricos que tienen un patio de golf como jardín.


Además de nuestras posturas políticas, a ella y a mí nos separaban una lista enorme de contradicciones: desde el gusto por los hombres, hasta la añoranza por la tierra que nos vio nacer. Ambas eramos extranjeras en las tierras australes, sin embargo ella se esforzaba por enumerar los defectos del que ahora era su país de residencia; mientras yo, enumeraba sus bondades.

No era extraño que estas diferencias terminaran a menudo, en acaloradas discusiones que acompañadas de cervezas y cigarros, resultaban entretenidas y refrescantes. Ninguna cedía, ninguna le daba la razón a la otra y sin embargo, siempre nos despedíamos con un beso y una sonrisa, sin resentimientos.

Esa noche, ninguna de esas cosas fue diferente, nos saludamos con cordialidad, nos halagamos el peinado, discutimos acaloradamente, tomamos quizá un poco más de lo usual -era navidad- y nos fuimos a dormir a las 6 de la mañana del siguiente día, cuando el sol ya había salido. Lo único que cambió fue que no estabamos solas.

Durante toda la velada, un interesante espectador había sido testigo de nuestro ritual. Sus ojos azules, los cabellos que caían sobre su frente y sus cejas tristonas acompañaron con cierto interés nuestras exposiciones, las carcajadas y los vasos que se fueron vaciando y llenando, uno tras otro, con vino, vino, más vino y cola de mono.

Su nombre era Pete, un escosés errante con alma de hippie y vida de oficina. Era ingeniero civil y a sus 29 años, un viaje de mochilero por suramérica lo había llevado hasta Santiago doce meses atrás. Un año antes de eso, había vivido en El Salvador, un pequeño país tropical ubicado en el centro de América y una de las pocas cosas que Adriana y yo compartíamos sin discusión: era nuestro lugar de nacimiento.

Adriana habló sin parar de las grandezas del pulgarcito de América -como Gabriela Mistral había bautizado a El Salvador- cosa que aprendí de ella. Decía, entre maliciosas miradas que no disimulaban añoranza, que allá todos sonreían, que la fruta era más rica y los colores más vivos; que la pobreza era más digna, que el alma era más ligera, que las personas eran más amables y que las alegrías eran mayores.

Él la escuchaba recitar todo eso en un pausado inglés, mientras las manitas de mi amiga se columpiaban entre el vaso, su cabello y el aire, donde sus palabras flirteaban, como sin darse cuenta. Yo lo veía a él escuchándola, memoricé su perfil anguloso, las arrugas que se formaban bajo sus ojos, la línea que trazaban sus labios angostos y la anchura de sus hombros, escondidos bajo aquella camisa azul de botones. Entre sorbos e historias decidí que me gustaba.

Cuando dieron las 6 de la mañana y entre los tres habíamos dado vuelta a todas las botellas que encontramos, nos despedimos por un par de horas de aquel extraño que, además de ser interesante, había expuesto su pasión por los países subdesarrollados, por la idiosincracia rural de los pueblos salvadoreños y por la adrenalina que una mochila al hombro y muchos kilómetros de territorio desconocido eran capaces de generar.

"Él me gusta" le dije, sin preámbulos a Adriana. Ella continuó rozando sus ojos con un algodón que se fue tornando cada vez más negro a medida que sus ojos ya no parecían tan grandes, y me contestó, lánguida:
- A mí me parece una buena persona, pero no me gusta.
- A vos te gustan malos. Él tiene cara de niño bueno, a mí esos me gustan.
- O sea, no es feo, pero it's not like I want to have sex with him.

Cuatro horas después, ese mismo día, el sabor a vino en la boca nos acompañó a los tres durante el camino hacia la estación de metro mas cercana. Antes de despedirnos acordamos vernos una vez más en "La Piojera", un bar de mala muerte en el centro de Santiago.

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Adriana tenía claro que el último lugar del planeta donde quería estar era en aquel rincón de Chile, donde el spa y la piscina eran indispensables para la convivencia. Su padre, un empresario millonario y su madre, una elegante señora ultracatólica, habían llegado a la tierra de Neruda para instalar una empresa. A ella, la subieron en un avión que la hizo volar al infortunio.

Santiago le parecía inhóspito y desagradable; los chilenos le parecían detestables, amargados, fríos y casi monstruosos. Dos años habían sido suficientes para decidir que su alma hippie y pseudo socialista no quería continuar viviendo atrapada entre las Brisas de Chicureo, en la panacea latina del libre mercado. Por eso, tenía un boleto con fecha 2 de enero para regresar a aquella tierra cálida en la que la playa, la pobreza y las sonrisas eran parte del paisaje. Se iría sola. Tenía 27 años, mucho dinero, una carrera y una maestría. En El Salvador le esperaban el calor tropical y una habitación en la casa de su mejor amiga quien se casaría en abril y también le cedería su puesto como arquitecto justo después de la boda, aunque ella no tuviera ni una pisca de experiencia.

Yo estaba terminando el primero de dos años de una maestría en comunicación y mi vivencia chilena era tan opuesta a la de ella, como todo lo demás que nos separaba. Yo había llegado al país de los cielos andinos por mi propio deseo, a ella la habían obligado. Yo vivía y me mantenía por mis propios medios y estaba difrutando cada minuto de aquella realidad que un día me había planteado como meta; a ella la mantenían sus padres y consideraba cada segundo como uno desperdiciado. Mientras ella no podía esperar por salir del país, yo buscaba un trabajo que me permitiera quedarme.

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El viernes antes de año nuevo, nuestro encuentro en "La Piojera" se concretó. Aunque Adriana y yo llegamos con cuarenta minutos de retraso, Pete nos recibió con la misma camisa azul de la noche de navidad y un abrazo. El bar, que yo visitaba por primera vez, era una cantina pintoresca, bulliciosa y repleta de carcajadas, borrachos que bailaban cueca, amigos que se abrazaban entre brindis, turistas que bebían sin parar y mesitas sucias y pegajosas que sin duda, habían sido testigos de millones de historias.

Cuando cada uno tuvo un "Terremoto" en la mano, la noche empezó. A medida que aquella combinación de granadina, helado de piña y Fernet iba disminuyendo en mi vaso, me di cuenta que mis intervenciones se limitaban a sonreir cuando alguno de mis dos acompañantes decía algo que yo lograba escuchar o entender. Estaban conversando de poesía o de política, quizá de las dos cosas. Me aburrí tanto que me dediqué a ver a los turistas girar en una pista de baile improvisada mientras sacudían un pañuelo blanco en la mano y, a esquivar a uno que otro borracho guiñándome un ojo y brindando conmigo en la distancia.

Pete anunció que más tarde podríamos ir a un lugar de salsa, donde una amiga de la polola de un amigo estaba celebrando su cumpleaños. Sin sospecharlo, mi noche se tornó más divertida: iríamos a mi salsoteca predilecta. Un terremoto más tarde y con una flor de plástico cortesía de un árabe que estaba sentado en la mesa de al lado, tomamos un taxi hacia La Mangosta.

Cuando llegamos al cumpleaños, embriagadas por la noche, la salsa y los terremotos, bailamos con un par de muchachos que se nos acercaron en cuanto nos abrimos paso en la pista. Pete estaba cerca, su mirada rondaba sin disimulo hacia donde estábamos y fingía sonrisas mientras bailaba con una chica alta cuyo vestido insinuaba que no quería irse sola a casa. Adriana decidió que tenía que salvarlo de las faldas de aquella mujer y, escurridiza como era, se abrió paso hasta donde estaban. En cuanto posó sus brazos al rededor del rubio cuello de Pete, las esperanzas de más de una persona en ese club se hicieron añicos. Bailaron un rato juntos y yo me perdí entre la multitud.

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Adriana y yo nos habíamos conocido algunos años atrás, pero nunca habíamos escuchado nuestras voces hasta aquel día de septiembre en que, abrigada hasta la cabeza, fue a buscarme a la última estación de la línea amarilla del metro. Su madre y la mía habían sido compañeras de colegio y cuarenta años después, sus hijas, coincidíamos en el mismo país y teníamos más o menos la misma edad. En otro contexto, jamás nos hubieramos considerado material de amistad, pero ambas decidimos darnos una oportunidad y pretendimos que llevarnos bien era posible.

Ella era pequeñísima, escuálida y tenía cara de niñita. Se pintaba los ojos con un grueso contorno negro, casi tan oscuro como su cabello y tenía un aire de introversión mezclada con amargura. Algunos dirían que era bonita. Hablaba bajo y casi siempre suspiraba antes de empezar una oración. Le encantaba charlar sobre hombres y fumar.

Además de estudiar, yo trabajaba en una tienda de ropa, para pagar la renta. Pasaba de 10 am a 3:30 pm ordenando poleras de la talla S hasta la XL, repartiendo sonrisas fingidas a chiquillas flacuchentas y doblando chalecos de lana.

Un miércoles, mientras caminaba por el barrio Bellas Artes, un suspiro y una vocecilla lánguida aparecieron del otro lado del teléfono diciendo que necesitaba juntar dinero para irse de viaje a San Pedro de Atacama. Era Adriana. Le dije que casualmente, habría una vacante disponible en la tienda a partir de la semana entrante. Fue así como durante todo un mes la vi entrar por la puerta de la tienda entre un par de maniquis, arrastrando los pies y una amargura crónica que se respiraba a la distancia, junto a su permantente olor a cigarro.

Discutíamos casi cada día y tomábamos casi demasiada Coca-Cola. Descubrí que aquella cara y ese cuerpecito de adolescente enclenque eran el empaque perfecto para ella: una damasiela en peligro permanente. Cada vez que su figurita aparecía entre los miniquies tiesos, una estela de quejas se avecinaba. Todo le parecía mal, tenía una mueca para cada ocasión, peleaba con todos por nada y al mismo tiempo, no podía hacer nada sola y necesitaba que le tuvieran una especie de compasión automática. Estar con ella era más cansado que ordenar la bodega de la tienda.

Un día decidió contarme por qué necesitaba plata para ir a San Pedro. Un tonito de picardía y cierto brillito coqueto en sus enormes ojos cafés sazonaban cada palabra que decía. "Es un músico hippie, toca 18 instrumentos y fuma weed todo el día. Tiene el pelo largo, más largo que el mío. Lo conocí tocando la guitarra en un bar en San Pedro, ahí trabaja en la noche. Desde que lo ví me gustó y le planté un beso sin preguntarle, para que lo supiera. Yo no quería nada serio con él, pero me pidió que fuera su novia. Nos hemos visto un total de tres semanas desde que nos conocimos hace seis meses. Me llevó a conocer a su mamá, él vino a conocer a mis papás y adoptamos un perro que vive con él. En noviembre me voy a San Pedro y voy a estar ahí hasta diciembre, después veremos si me quedo más tiempo. Él dijo que me compraría el boleto, y aunque no quiero deberle nada, lo voy a aceptar. ¡Es tan lindo!"

Un día antes de la fecha de su vuelo y con un cheque en la mano, producto de aquel período miserable de su vida en la tienda, arrastró por última vez los pies entre los maiquís tiesos y se fue. El siguiente día, ella y sus maletas estaban listas para un mes de sexo, drogas y libertad. Sin embargo, ese que una vez le había cantado las melodías mas románticas al oído, la llamó un par de horas antes de que ella abordara el avión y, sin mucha misericordia, le dijo que era mejor que no apareciera. Después de varios minutos de incredulidad y un sentido grito de "cabrón hijo de puta", supo que una turista australiana había estado viviendo con él las últimas tres semanas.

Yo me enteré de la tragedia el siguiente día, cuando en lugar de estar con el hippie de los 18 instrumentos, Adriana se juntó conmigo en un barcito en la calle Manuel Montt a eso de las 5 de la tarde. Pedimos un par de Tequilas Sunrise, aprovechando la Happy Hour y después de brindar, me contó con más detalle la situación.

A Jhonathan -también conocido como "cabrón hijo de puta" - le gustaba tocar la guitarra y disfrutaba de a-coger mujeres, de pereferencia turistas, en su casa. En octubre, una australiana que pasaba por el pueblo había sido a-cogida por este singular trobador y ella se había sentido tan complacida, que decidió quedarse con él durante varios días. El panorama se complicó cuando los días de octubre se fueron acabando y las ilusiones de Adriana por visitar a su amado, iban incrementando.

Cuando faltaban tres días para que el mes cambiara de nombre y con serias sospechas de que algo andaba mal por San Pedro, Adriana por fin recibió el esperado boleto con destino a Atacama. Horas antes, ese mismo día, la australiana había emprendido un viaje a Bolivia del que se retractaría el día siguiente, volviendo a los brazos de Jhonatan, quien a su vez, tendría que encontrar la forma para deshacerse de su siguiente acogida, quién a esas alturas, ya había recibido el boleto.

Por supuesto que me sentí mal por ella y despotricamos juntas, acompañadas de Tequila Sunrise y luego cervezas -cuado se acabó la Happy Hour-, en contra del malnacido, cabrón, hijo de puta que había engañado y mentido a la pobre e inocente Adriana, cual adolescente ilusionada.

Cualquier mujer con un gramo de cerebro y/o dignidad, habría mandando al carajo al sujeto en cuestión. Pero no. Una semana después del drama y el despotricamiento, me enteré que Adriana iba rumbo a San Pedro: dejaba Santiago, junto a su dignidad. El reencuentro le duró una semana. La pasaron bien, sí. Fumaban y tomaban micheladas como desayuno a las 10 de la mañana; pasaban la noche en bar, él tocando, ella suspirando. Pero al quinto día, la australiana que ahora sí, se había ido a Bolivia, regresó. "Es mejor que te vayas de aquí y te quedes con mis amigos" fueron las sutiles palabras que Jhonathan usó como despedida.

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La Mangosta era una salsoteca ubicada en una zona no muy bonita de Santiago, aproximadamente a 16 lucas de distancia en taxi, lo que para mi salario de tienda equivalía a una fortuna. Se bailaba salsa cubana, salsa en línea y bachata. Cada dos horas, interrumpían la programación salsera y el DJ hacía un mix de música bastante incomprensible que iba desde el soundtrack de Grease hasta perreo intenso. Los visitantes de La Mangosta se dividían entre caribeños, salseros, turistas y almas confundidas. Yo era un híbrido.

Después de bailar varias canciones quise saber dónde estaban el escocés y Adriana. Los busqué durante un buen rato por el club. Caminaba al rededor de la pista de baile, tropezándome con las sillas y esquivando a los grupitos de gente conversando, mientras trataba de identificar la cabeza rubia de Pete entre las decenas que se movían al ritmo de la música en aquella reunión de compases caribeños. Después de la tercera ronda sin verlos, se me ocurrió que debían estar afuera, fumando.

Efectivamente estaban afuera, pero no estaban fumando. Sus manos entrelazadas y la mirada tonta de Adriana, perdida en los ojos de ese, sobre quien habíamos tenido una conversación esa misma noche en la que claramente mencioné que me gustaba, me dijeron todo lo que tenía que saber. Estaba indignada. Un sudorcito frío me empapó la cara y mis labios se apretaron, transformándose en una mueca de repulsión. Me quedé un par de segundos ahí, viéndolos verse, coqueteando. Por mi mente pasaron toda clase de maldiciones y confirmé de inmediato que, aquellas desventuras en San Pedro, Adriana las tenía bien merecidas.

Quería gritarle, desangrarla a pulso de palabras, herirla dolorosamente con sonidos cargados de reproche, asco y maldad. Pequeñita, insignificante como era, hubiese sido tan fácil destrozarla con un par de sílabas bien pronunciadas. Pero por eso, no lo hice.

Cuando se dieron cuenta de mi presencia, como tratando de tapar un olor hediondo, se soltaron las manos. Yo me acerqué y les dije con honestidad "pensé que estaban fumando". Me di media vuelta y volví a entrar al club. Me sentía sola, molesta, indignada y estúpida. Estúpida por confiar en aquel intento de mujer cuya dignidad era del tamaño de sus pechos y, sus méritos, conquistar extranjeros hippientos. Su comportamiento de esa noche me había explicado, sin una sola palabra, los por qués: por qué su existencia era tan lúgubre y amargada, por qué fumaba tanto, por qué tenía recurrentes crisis de ansiedad y ataques de pánico. Porque era una desgraciada.

Regresé sola a casa, no sin antes decirle, directo a los ojos "Ahora entiendo.".

Eran las 4:00 de la mañana y yo no tenía dinero para pagar un taxi. Decidí recorrer la Alameda y buscar dónde tomar la 405, la micro azul que me dejaba más cerca del departamento. Caminé despacio desde Plaza Italia hasta encontrar el paradero y mientras me deslizaba por la acera me percaté de mi tranquilidad y de lo feliz que estaba de conservar mi dignidad intacta. Quizá estaba sola, pero estaba tranquila, como la noche que me acompañaba silenciosa. Concluí que la vida siempre se encarga de darle a cada uno lo que se merece, entonces mis labios se relajaron y aquella mueca de reproche se convirtió en una sonrisita dedicada a mí.

El siguiente día recibí un par de mensajes pidiendo disculpas, sin muchas explicaciones. Eran más un trámite por cortesía que un intento de reconciliación.

Nunca los volví a ver, ni a ella ni a él.

Yo sufro de un padecimiento llamado ilusión. Aquel día fue una recaída.