Felicidades, me tienes como dunda,
lo lograste a punta de bellas sonrisas combinadas con una chispa en los ojos.
Me acuerdo
la primera vez que te vi. Tenías un semblante serio, eso no te restó puntos. Me
impresionaste con tu 1.90, bellas facciones y barba. Causaste sensación en mí
al punto que para mantener la seriedad
que ameritaba las circunstancias tuve que explotar con la del sur por
Whatsapp gritándole: ¡Apurate, vení, AQUÍ HAY UN ADONIS!
Una de las
cosas que más nos distingue con la del sur es el gusto físico por los hombres
(excepto los actores de Hollywood, allí sí coincidimos) y al principio no te
reconoció como el adonis que eres. Casi tuve que señalarte con el dedo. Al verte
solo me dijo “muy alto y delgado para mis gustos, pero sí, se nota que es de
tus gustos exactos”. A un año y medio de
esa afirmación aún sigo en sorpresa.
Pasó el
tiempo y siempre eras el más guapo de todas estas actividades nerdas en las que
coincidimos. En ese momento todavía no estaba loca por ti. Mi locura –esto de
perder la cordura sin previo aviso lo clasifico como locura- comenzó a los
meses de empezarte a ver con más regularidad.
Mi intuición falló. Pensaba que eras extremadamente serio, pero erre en
ello. No recuerdo cuál fue la fecha exacta, sospecho que fue alrededor de
diciembre cuando empecé a fijarme en ti. La pasión
con la que transmites tus ideas y lo poco apático que eres con lo que te
piensas me empezó a cautivar. Eres un tanto necio. Y mientras contabas con
determinación tus ideas, sonreías hasta con los ojos y te pasabas la mano –por
cierto, ¡qué bellas manos tienes!- por la barba empezó esta enfermedad.
La
enfermedad cedió un poco en el receso navideño. Regresó recargada en el nuevo
año al acercarse la fecha en el que tu evento estrella se iba a llevar a cabo.
Hablabas mucho de eso en las reuniones, siempre con pasión, sonriendo aun
cuando se te notaba la ansiedad de querer que todo saliera bien. Las horas
antes del evento no entiendo cómo soportaste tus nervios y yo mis risas nerviosas
al verte. Al día siguiente me felicitaste/agradeciste por mi apoyo. La risa de
felicidad al leer tu mensaje me hizo el día.
Pasó el
tiempo y empecé a buscar las excusas más tontas para hablar contigo. Me
provocas sonrisas espontáneas al acordarme de ti. Tengo chinas a mis amigas a
las que les he confesado este irremediable enamoramiento. Mientras escribo esto
tengo una sonrisa en la boca.
Ayer mí
tarde no fue tan buena, mi camino para irme a estudiar afuera siento que se
pone más empinado y laboralmente tampoco fue buena. Francamente estaba muy
estresada, cansada y la reunión nerda que me encanta no me alegraba la tarde-noche. Moría de
ganas por irme a mí casa, ver una serie y dormir. Pero la responsabilidad y
saber que tú estarías allí hicieron que llegara.
Al entrar
te vi tan cansado como yo. No parecía ser una reunión en la que me fueras a
gustar un poco más, no tenías tanta cara de sonreír. Me sentí aliviada, mi
enfermedad no aumentaría más. Error. Los 9 nerdos que estábamos empezamos a
hablar de política y haciendo gala del humor negro nos relajamos un poco.
Empezó la reunión,
me dedicaste una sonrisa mientras yo exponía mí parte al notar que ha cambiado
el formato desde que yo la expongo. No entiendo cómo no empecé a tartamudear. Al
rato fuiste víctima de tu propio despiste y todos te molestamos un poco.
Tomando al vuelo el comentario de un nerdo de por allí te hable por el
Whatsapp, mientras hablábamos del chisme del momento te saqué una sonrisa y una
risa. Fueron los mejores momentos de mi día. Me alegré al hacerte sonreir. Creo que no tienes ni idea lo que me provocas
cuando te ríes o sonríes por algún comentario que te hago.
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