viernes, 29 de noviembre de 2013

Miento

No me importaría ser tu secreto,
Escucharte cada noche, sentirme entre tus labios, dormirme con tu piel.
No me importaría ser tu escondite,
Encontrarte siempre guapo, pegarme a tí, respirarte una vez más.
No me importaría ser tu escape,
Verte llegar, quitarme la ropa y desnudarme contigo.

Eso me contesto cada noche, cuando recuerdo tus ojos desafiantes y tu voz estremecedora, dándome una orden camuflada como pregunta: Ella no sabe que estás aquí ¿verdad?

Siempre me miento.




miércoles, 6 de noviembre de 2013

El capitán del ejército moro.

Eras el suspiro de varias generaciones de mujeres y yo no pude ser la excepción.
Eras el amor platónico de mi hermana mayor y su mejor amiga.
En una de esas vueltas extrañas de la vida trabajé contigo.
Me hice la fuerte y me propuse no ser una más de tus admiradoras.
Con tu sonrisa pícara y una broma en la punta de la lengua claudiqué y me declaré parte de tu ejército
Eras la parte guapa del trabajo.
Lloré por dentro el día que llegaste con tu barba podada y celebré cuando esta volvió a crecer.
Eres una mezcla maravillosa de masculinidad, simpatía, inteligencia y liderazgo.
Tus novias han sido las más guapas de las guapas.
Con mis libras de más no podía competir contra ellas.
Pero no por eso me deje de preguntar cómo sería besarte.
De niña me enamoraba del valiente capitán del ejército moro mientras luchaba contra los cristianos.
Tú fuiste la versión adulta y en carne y hueso de mi capitán del ejército moro.
Pero como en los cuentos, el capitán tiene enamorada a la hija del jeque.

Y yo siendo una cristiana nunca pude competir por ti.

Truculencia perdida

Me acuerdo de las primeras veces que te vi y te hablé. Era agosto. Algo me llamaba la atención en ti, así que buscaba sentarme contigo en Matemáticas II. Recién salida del colegio católico solo de mujeres el contacto con hombres era escaso. Sobre todo que la mayor parte de mi adolescencia la pase entre libros y piyamadas inocentes con mis amigas del colegio. El Conde de Montecristo fue el libro que nos conectó. Un día viste que lo andaba en mi mochila y a partir de él tuvimos una excusa para hablar cada vez que nos encontrábamos fuera de clase. Yo tenía 18 años y tú 21.

Una chispa, una vitalidad y una cierta truculencia me hacía estar prendada de ti. Siempre te reías de tu chiste interno que yo quería descubrir. No eras guapo, ya empezabas a quedarte calvo y engordarbas si no hacías ejercicio. 

Como te comentaba, no tuve mucha experiencia en mi adolescencia con los hombres y a las semanas resultó ser muy obvia mi torpeza de nerd mientras te coqueteaba. Quisiera pensar que te sentiste halagado, porque cometiste el error de pavonearte frente a otros que a mí me gustabas, pero en tus palabras “me harías esperar para hacerme caso” para según tu “que me valore más”. El error fue decir eso frente a un amigo mutuo que me lo comentó al día siguiente. Me dolió mucho el amor propio y mi ingenuidad que buscaba un cuento de hadas se vio desecha al sentir que pretendías seguir haciéndote rogar. La ingeniera en mi vio eso como una pérdida de tiempo y la mujer en mi decidió no hablarte para que no pensaras que mi vida dependía de una decisión tuya.

Mi orgullo en la época del Messenger se expresó no hablándote cada vez que te conectabas. Extrañaba nuestras conversaciones, los libros por comentar, las recetas de cocina, las risas compartidas hasta la madrugada y las serenatas en línea que me dabas con tu guitarra.

Los meses transcurrieron, terminó ese año universitario, Navidad y Año Nuevo pasaron de largo. Llegó el 14 de febrero. Desde niña comparto el día de la amistad con mis amigas del colegio. Regresaba a mi casa cuando mi celular anuncia que me llamabas. Como si no hubiera pasado el tiempo te conteste con el más sincero “Hola, que ondas, qué tal estas”. Ignoraste mi saludo al preguntarme “y a vos qué te pasa, vos piensas ignorarme por el resto de mi vida”. Una risa de victoria se me escapo antes de contestarte: “Bueno, creo que me tú me has valorado más a mí en este tiempo”. Una risa complementó un sincero “no era esa la forma que lo visualice que se iba a jugar todo esto”. Te explique que esa era la diferencia fundamental entre los dos, yo soy juguetona pero no a costa de la ilusión ajena. Reglas claras ante todo.

Empezamos a hablar de nuevo, con la misma frecuencia de siempre pero con menos chispa. Te conocí más como persona. Me contaste de todas tus exnovias para que yo supiera a qué atenerme.  Me sorprendías, tus regalos nunca fueron una camisa del almacen de departamentos del país. Siempre era el pesto de albahaca y almendras que yo adoraba para sorprenderme en mi cumpleaños, tocaban el tiembre de mi casa y eras tú con la nueva marca de té helado de limón (una de mis bebidas favoritas) para que lo tomará mientras leía el libro nuevo que sabías que tenía. Era la única que podía jugar con su PSP todo lo que quisiera. "More than a feeling" es tu canción. No por que me la dedicaras, sino porque es el primer nivel de Rock Band, de la cual nunca pasé. Pasaron meses y establecimos esta dinámica de mejores amigos que parecen novios. Pero nunca frente a los demás, siempre al estar solos. Compartimos besos fugaces que eran producto más de cariño que de atracción física.  Tuvimos una dependencia extraña, poco sana. Las palabras no dichas pesaban demasiado entre los dos, hubo épocas que eran un yunque, otros días no eran más que un ligero vapor. La frustración empezaba a crecer. Por internet, me dijiste los halagos más sinceros y profundos que he recibido, nos veíamos cara a cara al día siguiente y me comentabas sobre la guapa nueva de psicología que querías  conocer. No entendía que pasaba. En vivo no demostrabas tu admiración y por las noches me decías que querías construir una vida con una mujer como yo, que si yo quería, mañana mismo empezábamos con los cimientos. Me desesperé de esa actitud.

Empezó la época del on-off. Me alejaba, me buscabas, te alejabas, te buscaba. Me desgaste muchísimo en esos años. No sabía qué hacer contigo. Me esforzaba por agradarte sin lograrlo. Moldeaba mi personalidad según lo que sentía que te agradaba. Me deje de reconocer en ciertas épocas.

Pasaron los años. Noté cambios en ti. Sigo sin entender qué fue exactamente. A riesgo de sonar como cliché, pero fuimos los dos. Yo me convertí en un ser más complejo y con más seguridad. Tú decidiste permanecer en tu cancha de la comodidad y empezaste a perder ese brillo truculento en los ojos.

Iba yo a egresar y tú aún no. Decidiste empezar a tirar fuerte por mí, me enseñaste mucho del negocio que tú ya te movías como pez en el agua y yo apenas aprendía a flotar. Me ayudaste demasiado. Hacías cosas imposibles por mí. Me sorprendió mucho, me halagó y me sentí feliz.

Me compartías tus experiencias dentro de una ONG. Te saliste porque consideraste muy difícil el camino por luchar. Yo me metí a la plaza que tú ya no quisiste. Cada vez que te contaba de mi trabajo dentro de la ONG, de una manera pasiva agresiva te burlabas de mí. Me costó mucho tiempo entender tus burlas, eran muy elegantes, pero expresaban tus inseguridades. Le eras infiel a tus creencias y dejaste de perseguir la coherencia con tus principios.

Un día te cuento que había encontrado una organización donde me sentía a mi gusto, que las personas eran agradables, tenían las mismas manías y gustos que yo. Donde mis chistes nerds o mis obsesiones por El Señor de los Anillos, Harry Potter, De regreso al futuro, Star Wars, Star Trek y Highlander eran compartidas. Y eran libertarios.  Solo había asistido a dos reuniones, pero me sentía cómoda entre ellos.

Esta vez tu burla no fue ni elegante, ni pasiva agresiva. Fue producto de tus inseguridades, fue hasta cierto punto hiriente, pero me hizo abrir los ojos escuchar  “espero que en unos años se te quiten esas ideas de hacer algo por cambiar el status quo. A mí ya se me quitaron, espero que pronto se te pasen. Pero eso sí, que bien que con esa gente podrás reírte de chistes de los libros que no compartimos”. Reaccioné como siempre, argumentando por qué estabas en lo erróneo, pero días después comprendí que tú no te creías en la capacidad de dar la lucha. Supe que el chiste interno del que te reías se perdió, el ratoncito dentro de tu mente había parado. En mi interior te dije adiós.

No viste en que momento pasó, intentaste seguir reconquistándome. Yo ya no participe en tu juego. Deje de responder con coquetería a tus halagos. Guarde la sonrisa retorcida que ocupaba contigo y seguí adelante con mis proyectos. Nos distanciamos.

Siempre me quedaron dudas, quisiera conocer tu lado de la historia, conocer tus verdaderos por qué. No he podido y ha pasado tanto tiempo que ya no se sintiera natural hablar del pasado. A decir verdad ya no se siente natural hablar. Antes me daba curiosidad, pero escribiendo esto, he comprendido que hay historias que no necesitan tener explicados todos sus detalles, que no todas tienen porque esclarecer las cosas no dichas. La nuestra es una así.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Besos por espejismos.

Saliste de mi vida tan rápido como entraste.

Fuiste el resultado de dos cervezas, tres copas de vino y dos piscos sours. De las cosas buenas de los intercambios estudiantiles en la que la política es el tema principal, siempre están llenos de testosterona y eso nunca está de más. Bailas bien, nadie lo niega. No me di cuenta a qué horas empezamos a bailar, fuiste uno más con él que baile esa noche.  El ambiente era perfecto para cantar, bailar y disfrutar del vino. El karaoke ya casi terminaba, mi garganta ya no podía más. Yo no canto, aúllo. Y esta ya estaba lastimada por una súbita alergia a la primavera del sur, muchos cigarros y frío de la madrugada. Mis pulmones antes asmáticos pero fortalecidos por mucho ejercicio no me fallaron a la hora en que me sacaste a bailar. Hablamos lo mínimo al empezar a bailar, pero lo suficiente para escuchar tu acento del sur.

Pensé que era el alcohol el que sentía que eres ágil al bailar, pero no, después me enteré que eres bailarín aficionado. Punto para ti. Mis genes del centro se sentían a gusto bailando con uno del sur que disfruta de la música. En una de tantas vueltas me besas. El primer beso que me roban. Apreció el valor y tienes barba, por eso no te pegue una cachetada. Me pides otro beso, te lo doy sin pensarlo dos veces. Querías más y me pides otro beso, pero que esta vez sea más largo. Accedo a tus deseos. El resto del baile se me confundió con tus manos conociéndome y tu boca deliciosamente presionando la mía. No sé en qué momento nos separamos. Cuando veo nuestro alrededor resulta que estábamos solos en el bar. Me escapo por un momento, más bien huí al baño para aclarar mis pensamientos y recordar que no sé ni tu nombre. Solo adivino tu nacionalidad.

Regreso y no sé dónde has ido. Al alcohol circulando en mis venas no le importo mucho ese detalle. Más bien reacciono que la fiesta se mueve de bar. Salgo a la calle un poco confundida, busco a la del sur con quien estaba compartiendo apartamento. Al verla, sin previo aviso le cuento que me estuve besando con alguien y le pido que investigue quien es. Me daba curiosidad saber tu nombre. No te encuentro pero sabía que te vería al día siguiente. Regresamos al apartamento la del sur y yo. Ambas teníamos historias que contarle a la otra.

Al día siguiente te veo a lo lejos y sufro una decepción. No es que te vea feo, tu 1.85 y tu barba no me molestan para nada. Pero había algo que no me convencía.  Discúlpame porque al día siguiente te ignoré  –el último de la conferencia-  pero nunca he sido de las que coquetean por deporte a alguien conocido. Considero ruin ilusionar a alguien, nunca lo he hecho.  Intentaste hablar conmigo pero yo me hacía la loca. Hasta que por fin entras al grupo con el que fuimos a caminar para conocer un poco más del sur y allí no tuve escapatoria.

Fuiste el efecto del alcohol y la emoción de una buena fiesta. Al verte con más detenimiento algo me detuvo, aunque me gustaron mucho tus besos no busque volverte a besar. Pero de regreso en el centro y después de unas cuantas interesantes pláticas de política me di cuenta que te falta el brillo en los ojos que demuestra la picardía de un hombre que se pasa riendo solo de un chiste que solo él conoce. Ese brillo por el cual yo suspiro te hizo falta.


Me has preguntado si tengo pensado regresar al sur, te respondo que sí, que el sur se ha convertido en el norte de mi vida. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Para mi león desconocido.

A quien corresponda:

De esas noches en las que sé que pudiera estar aprovechando mejor mi tiempo, las noches en las que sé que las solicitudes de becas y de maestrías no se llenan solas. En las que me recuerdo que no hay nada peor que desperdiciar el tiempo, mientras abro una pestaña más de Facebook y dejo la lectura de buenas columnas editoriales para más tarde. En las noches que me arrepiento de ese café a las cinco de la tarde que me provoca tanto insomnio, en esas noches en las que tengo abierto el conocimiento del mundo a través de mi computadora, pero que prefiero entretenerme con otro artículo más de BuzzFeed.  En ese tipo de noche mi mente intenta callar un solo pensamiento: dónde estás y quién eres.

Vivo luchando con mis demonios internos que me exigen agarrar mis maletas y salir del micro cosmos en que me muevo, sabiendo que afuera hay millones de cosas por leer, historias que escuchar, historias que vivir para ser yo la que después cuente la historia en el bar. Pero regresas a mi mente. Eres un pensamiento por ratos obsesivo, por otro rato pacífico. Por ratos te detesto, por ratos no quiero saber quién eres.

Mientras pienso todo eso y como otro chocolate más me sigo preguntando quién eres, más importante aún, ¡¿dónde estás?!  Nunca fui una niña a la que las historias de Disney le gustaran mucho, nunca quise vestirme como una de sus princesas, las historias que marcaron mi infancia todas tenían que ver con la Guerra Fría, espías, el Muro de Berlín, la II Guerra Mundial y un poco las de la Edad Media. Mientras mis compañeras de colegio empezaban a leer cuentos de hadas yo ya iba por mi primer libro de Gabriel García Márquez. Así que no sé cómo ni dónde el deseo de un final feliz con un príncipe azul me tiene tan marcada. Me parece ilógico que me sienta incompleta porque no estoy compartiendo la vida con alguien que aún no conozco. Pero como el humano no es lógico te sigo contando lo que pienso.

No sueño con “la boda”, las ceremonias de un matrimonio, los tés de señoras, el baile enfrente de todos los invitados, nunca me ha interesado, no soy de las que quiere casarse para sentirse como princesa por una noche y que todos admiren lo guapa y radiante que se ve en ese vestido blanco. Todo ese trámite me produce una gran pereza y hastío. Así que no, no sueño con una gran boda.  Y tampoco soy de las que quiero una luna de miel en una playa paradisíaca. Tengo alma de mochilera, así que yo quiero que nos vayamos de mochileros a Inglaterra e Irlanda (podemos negociar el destino).

Yo soy de las que se emociona por conocer a un hombre inteligente, delgado, interesante, alto y con barba con el que pueda compartir la vida. Así de simple, que al final del día poder compartir los pensamientos con un hombre que me mueva el intelecto y que por supuesto me mueva las hormonas. Uno que siempre sea fiel a sus principios e ideales, que no sea cínico ante la vida y que no piense que el mundo no se puede cambiar. Que sepa que eso será una tarea de todos los días y aunque al final de la vida todo se venga abajo sepa que puso su corazón en la búsqueda de ser coherente a sus principios.

No sé dónde estás, mucho menos sé quién eres. Sé que eres una persona inteligente e interesante, o como digo “con la cabeza bien amueblada”.  No pido mucho, pido reciprocidad en el mismo compromiso que yo te propongo: monogamia, muchas ganas de construir una vida junta, muchas conversaciones interesantes y capacidad de perdonar sin resentimientos cuando sin querer nos ofendamos. En resumen, hacernos felices el uno al otro.

Ofrezco, siempre una excelente cocina, empecé a cocinar a los seis años.  Tendrás muchas risas, según dicen soy sarcástica y con un negro y ácido sentido del humor. Tendremos mucho contacto carnal, ten muy en cuenta eso, soy bastante hormonal, me encantan los hombres y no tengo duda que tú serás el que más me mueva las hormonas. Físicamente me resultas extremadamente atractivo.  Así que no te preocupes por pocos besos y caricias. Sexo, lo habrá en abundancia. Por cierto, medio puedo bailar la danza del vientre.

Ofrezco mucha música, para cada ocasión de la vida tengo una canción. Nuestros hijos (después discutimos la cantidad) escucharan Pink Floyd y The Who desde bebes. Nunca he dedicado una canción, pero desde ya te dedico solo a ti mi canción favorita de Sabina, “Noches de boda”.  
Ofrezco muchos temas de conversación,  política, arte,  fútbol, música y literatura. No te preocupes, no soy de las que le gusta ir por horas de compras. No te llenaré el Facebook de cursilerías, disculpame, pero esas te las diré mirándote a los ojos y en privado. Soy nerda, pero una nerda muy femenina. Me gusta ser coqueta. Me gusta arreglarme. Me encanta sonreírle a los guapos, pero a vos, mi guapo favorito, te tengo reservada mi mejor sonrisa retorcida y mi mejor capacidad de mover las pestañas. Y cuando te encuentre los demás se quedaran sin mis sonrisas.

Eso sí, una vez al mes todo me parece negativo, puedo llorar por todo y tener instintos asesinos. Y en ese momento, solo en ese momento detestarte, pero con un buen café, un chocolate o con un abrazo se me pasa. Hasta el siguiente mes que se repita el ciclo. Me cuesta despertarme por las mañanas. Soy desordenada. Si me dicen algo cuando tengo sueño lo olvido. Necesito grandes cantidades de café. Soy necia, obstinada cuando quiero algo, hablo muchísimo. Soy impulsiva. Me río muy alto y soy poco discreta cuando algo me llama la atención. El café me pone eléctrica e inquieta. Un tema me puede obsesionar por años. Siempre ando de todo en la cartera, si te pido que la sostengas pesará mucho. Siempre pierdo las llaves o las dejo dentro de la casa.  No puedo leer bien sin mis lentes. Detesto que me interrumpan mientras leo o escribo. Puedo convertirme en la persona más introvertida cuando hago una de esas dos cosas. Vivo con los audífonos puestos, así que me quedaré sorda. Canto muy mal. Odio a los insectos. Mi pelo es imposible de domar, muchas veces andaré un poco despeinada (aún con el pelo planchado) y siempre me despierto mechuda. Me gusta ir muchísimo al cine.

Para terminar esta carta e intentar dormir (aún con tanto chocolate adentro) sé que eres interesante, has de tener muchos sueños y planes que en el futuro los llevaras a cabo, o ya lo estás haciendo. No te preocupes, no te detendré. Quiero vivir con un hombre que tenga la personalidad de un león y por lo tanto no lo quiero enjaular. Así que te pido que siempre seas coherente a tus principios e ideales. No tengas miedo a que te vea derrotado, te admiraré más al ver cómo te levantas.

Me muero porque nos demos nuestro primer beso. Perdóname desde ya la pregunta que te haré: “¡¿dónde estabas?!”.  Mi reclamo se disipará cuando nos volvamos a besar y mis labios empiecen a familiarizarse con tu barba y me empieces a contar alguna historia de las que has acumulado mientras no te conocía.

23

Tenía veintitrés años pero parecía de más. Estaba recién graduada de la universidad y mis noches se habían convertido en un abismo de tiempo libre que me parecía mágico. Tomaba clases de salsa, salía de copas y solía usar tacones debajo de unos jeans acampanados que me hicieran lucir al menos cinco centrímetros más alta.

Escribía para un periódico nacional y me gustaba hablar de política. Estaba nerviosa. En el fondo, sospechaba que esa reunión me cambiaría la vida. El año acababa de empezar y hacía frío, o ese clima que en centroamerica nos exige llevar suéter. Eran las 6:30 de la tarde cuando llegué al lugar acordado: un café de esos que los anticapitalistas detestan porque hacen que los pequeños negocios quiebren y estupideces por el estilo. La nuestra era una reunión de capitalistas.

Lo vi entrar a ese café usando jeans, zapatillas deportivas y unos lentes cuadrados con un marco negro que no disimulaban sus cejas gruesas ni sus ojos tristones. Era pequeño, delgado, incluso feo. Conversamos durante algunos minutos mientras fui conociendo a un grupo muy simpático de personas que después de un tiempo se convertirían en mis mejores amigos.

Eran cuatro chicos, una chica y yo. Ese fue el primer incentivo para quedarme, durante toda mi vida había estudiado en un colegio católico para mujeres y luego estudié publicidad, un negocio dominado por faldas, maquillaje y cabelleras de peluquería. Estar rodeada de hombres era particularmente atractivo para mí.

Él hablaba mucho, hacía chistes, era simpático y no era difícil intuir que tenía un puesto de liderazgo en el grupo. Con cada comentario que hacía, me daba cuenta que usaba una técnica que me resultó atractiva: era el alma de la fiesta y el cerebro de la reunión.

Me senté a su lado pretendiendo que tenía frío y que esa silla, estaba protegida del helado viento veraniego. Entre risas y comentarios inteligentes terminé sintiéndome como en casa en ese ameno grupito de intelectuales de café que necesitaban poner en marcha un sitio web lo más pronto posible. Al final de la velada, él tenía mi teléfono y yo me sentía parte de un grupo de nerds interesantes.


"Yo también te extraño" me escribió por el celular en cuanto llegué a mi casa. Inmediátamente después, una disculpa se dibujó en la pantalla; yo contesté con un "jaja, no hay problema" que dio paso a una suerte de conversación que me pareció simpática e inocente. Pasa que yo lo encuentro todo simpático e inocente, incluyéndolo a él.