martes, 7 de enero de 2014

Despedida

A eso de las 8 de la mañana llegó el momento de irme. Empender la retirada es siempre un ritual, pero esta vez era diferente, era una despedida. El sol ya había salido y con la habitación iluminada a medias, caminé hacia el espejo. A medida que fui intercambiando mi ropa habitual por la camiseta que Alex me había prestado para dormir, me invadió una sensación de transformación inexplicable. Cuando estuve vestida, me hice un moño y me puse una flor en el pelo para verme digna. Alex también se vistió y dijo que me esperaría afuera mientras fumaba.

Él estaba dormido aún, acostado en la cama, solo. Cuando estuve lista, tomé mi cartera y caminé hacia la puerta, pasé justo a su lado, pretendiendo que no estaba ahí. No dí ni una señal de arrepentimiento sobre lo que había pasado ese mismo día, unas horas antes, en la cama de al lado, con su amigo.

Cuando llegué al umbral de la puerta lo miré: miré sin curiosidad al ocupante solitario del colchón de la esquina. Estaba dispuesta a despedirme, a decir adiós o "chao", lo que me saliera primero de la boca. No quería solo desaparecer, necesitaba despedirme. Seguí avanzando. Se movió. Volvío su cuerpo hacia donde yo estaba y entonces retrocedí, dí un paso hacia atrás como quién recuerda algo olvidado e intenta regresar; incliné mi cabeza hacia atrás y levanté la mano, en un gesto de despedida. Abrió los ojos, adormecido y me vio, con mi blusa a rayas, mi pelo apretado en un moño, y mi mano moviéndose, despidiéndome.


No recuerdo si dije "chao" o nos vemos; quizá no dije nada, pero detrás de la puerta antiquísima de ese hostal en Baquedano, moviendo mis dedos como diciendo adiós, me despedí de él en todas sus dimensiones. El movimiento de mis dedos difuminó su recuerdo, su encantamiento. En un pestañeo, tan espontáneo como el día aquel en que me perdí en sus ojos, yo misma había encontrado la salida.

Al cerrar la puerta, soltando la manecilla en silencio, él quedó ahí, solo, desnudo quizá. Yo avancé. Sonreí para mí, y seguí caminando segura de que adelante encontraría muchas más historias, construiría nuevos recuerdos y conocería otros ojos tristones que me harían sentir encantamientos literarios.

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